Estaba así, perdido, caminando por el laberinto, arrastrando mi rostro sobre el musgo que había crecido en las húmedas paredes de piedra, siguiendo tu rastro, tratando de alcanzarte, tratando de dejarme atrapar, sin ser lo suficientemente humano como para decirte lo que siento, lo que pienso en evasivas, la forma en que me muevo por las noches aferrándome a un deseo que a veces he querido hacer desaparecer, pero que no puedo, porque se ha convertido en un droga que me eleva sobre mis inmundicias, que me hace olvidar que habito en una cárcel, aunque, al fin de cuentas, con mi cabeza atorada en la pesadez de la almohada, escapando en mis parajes oníricos, o en mis ilusiones en las noches de insomnio, así, con esa vehemencia que me empuja a dibujar una abstracción de tu cuerpo en la oscuridad de mi alcoba, así, también vivo en mi encierro, y me pudro, pensado que algún día, mi voz, silenciándose, gritará tan fuerte como una explosión solar, se escuchará mi soledad y mi dolor por todo el universo, y me pedirás callar, porque descubrirás que estaré dejando escapar los múltiples crímenes que he callado, que no habrán puntos en mis textos, que entre mis comas, no dejaré espacio disponible para dudas, para resentimiento, para ausencias, porque estaré apostándolo todo, te diré que yo, como nadie, he aprendido a creer en lo que ha pasado entre los dos, y que ahora, que he lanzado los dardos que me envenenaban, tendré que curar heridas recordando que cada error ha sido curado previamente con otros gestos que me demuestran afectos, que yo temo reconocer, que temes mostrar, y que nos hacen, al fin y al cabo, tener de deseos de continuar, y al final, en silencio, no quedará más opción que pensar en las próximas conversaciones que tendremos que entablar, el ritmo seguirá en nuestros pensamientos, aunque afuera, los pasantes, piensen que dormimos profundamente y en silencio, cuerpos abrazados, mentes en constante cabilación...