No sé por qué, no lo sé. Pero cuando salgo a mi balcón y miro hacia afuera, el miedo embarga todos los demás sentimientos y pensamientos que podrían de todas maneras cruzarse por mi mente en un momento cualquiera.

Miedo de lo que ocultan las sombras, de lo que muestra la luz, de lo que susurra el viento, de lo que calla el silencio. De lo que se esconde entre las brumas del mañana y lo que puede llegar o no llegar a pasar. Miedo de la vida, miedo de la muerte.

No sé por qué, no lo sé, pero observo decenas de techos, decenas de casas y apartamentos, habitados por decenas y quizá centenas de personas. Peronas que conozco y que no conozco. Personas cuyos pasados no me son revelados, cuyos presentes no puedo discernir, cuyos futuros me son completamente inciertos.

Y es entonces cuando me doy cuenta que yo mismo no comprendo mi pasado, que mi presente pasa ante mis ojos tan rapidamente que no puedo ni verlo, que mi futuro me es tan incierto como el de todas esas personas conocidas y desconocidas.

No sé por qué, no lo sé. Pero le temo al destino, a lo que el mañana puedo traerme. Temo de lo bueno y de lo malo que puede traerme. Temor de perder lo bueno, de desperdiciarlo y no saberlo aprovechar, de que se me pase de largo o que pueda yo arruinarlo. Temor de no saber sobrellevar lo malo, de no tener la fuerza suficiente para superarlo, o de que me envuelva entre sus horrendas manos y me consuma.

No sé por qué, pero también le temo al cambio. Temo perder o arruinar las cosas buenas que tengo, temo no saber apreciar las bendiciones que sobre mi han sido impuestas. Temo a diario ser victima de las tentaciones y los vicios, de las trampas de la vida. Si, creo que tengo miedo a vivir, pero es que nadia me ha dado un manual para hacerlo de la manera correcta.

Tengo miedo del pasado, de haberme perdido lecciones vitales sobre que debo pensar y sentir, sobre como debo amar y querer, sobre a quienes debo cuidar y proteger, sobre en quienes debo confiar y apoyarme. Temo no haber aprendido del pasado todo lo que debi haber aprendido.

Odiar, amar, desear, pensar, sentir, confiar, cuidar, querer, convivir, comprender, aprender, enseñar crecer. Son todas cosas que no entiendo, que no logro explicarme. Son cosas a las que temo. Tengo miedo de fallar en ellas, de no ser suficientemente bueno en ellas.

Tengo miedo de vivir, y lo que más temo es precisamente eso: temo que mi temor no me permita disfrutar del milagro y la fantasia de vivir y poder ser, hacer y estar. Le tengo tanto miedo al mundo que me rodea como al que llevo dentro.

Soy un cobarde, o tan solo soy un niño pequeño. Quizá mas de cuatro lustros no son suficientes para superar el miedo al primer paso. O quizá soy yo quien nunca pudo, quizo o logró hacerlo.

Un gran vacío en mi estómago y mi corazón es lo que siento cada noche. Y no porque me falten el amor, el cariño o el alimento físico y emocional. Sino por el vertigo que le tengo al día que sigue, al amanecer que sigue y a lo que me tiene preparado.

Y no sé por qué, no lo sé. Pero no sé como evitar ese vacío, no sé como no tener miedo, no sé como ser valiente, no sé como aprender a ser valiente. Y tampoco sé si hay ahí afuera, en ese exterior que tanto temor me provoca contemplar, quien me pueda enseñar a ser valiente.

Tengo miedo -- y no sé la razón -- de vivir. Tal vez no hay razón o tal vez en realidad no sea miedo. Tal vez solo creo que temo, pero temo que si lo creo entonces es cierto.

No se si en realidad le tengo miedo a vivir. No se si lo que tengo es miedo de morir. O si tampoco es morir lo que temo, sino seguir muerto lo que me aterra.